Por Adolfo Blanco
Hace unos meses, coincidiendo con un puente en Cataluña, siete matrimonios amigos decidimos ir a conocer la provincia de Burgos y la experiencia no pudo ser mejor.
Burgos lo tiene todo, es una de las provincias más bellas de España, en cada uno de los pueblos hay iglesias románicas o góticas espectaculares y su paisaje en verano es sencillamente imponente.
Una vez decidido el viaje, lo planificamos para que no faltara de nada.
Queríamos historia, queríamos religión, pero queríamos sobre todo poder compartir con amigos unos buenos días de comida, vino de la Ribera del Duero y risas, que no faltasen las risas.
Así es que, nos dispusimos a viajar desde Barcelona un viernes, con un programa tan apretado como atractivo.
Nuestra llegada a Aranda de Duero
En Aranda y alrededores hay bastantes sitios donde dormir, algunos realmente encantadores, pero nosotros habíamos optado por la Real Posada de Ventosilla, que está a pocos kilómetros de Aranda, y, además de su comodidad y entorno maravilloso, tiene una ventaja, se pueden visitar las bodegas de Prado Rey, que es uno de los mayores productores de vino de la Ribera del Duero.
Llegamos al hotel a las 9:00 de la noche, cuando estaba ya atardeciendo y la sensación de estar en medio del campo era maravillosa.
La Posada es muy cómoda, muy familiar. Tiene pocas habitaciones, pero unas instalaciones magníficas y una piscina bien fresquita, que puedo imaginar que en primavera estará helada.
Nosotros hicimos buen uso de ella nada más llegar. Nos dimos un baño, nos aseamos y fuimos a cenar a Aranda.
En Aranda hay que tomar cordero, pero hay diferentes formas de hacerlo. Como al día siguiente íbamos a tomar un asado en Casa Florencio, esa noche decidimos ir más ligeros.
Tomamos chuletillas, eso sí, precedidas de huevos fritos con pimientos, chorizo, morcilla, ese marisco de la tierra que tan maravilloso es.
Las chuletillas de Aranda son pequeñas, muy tiernas, ya que son de cordero lechal, de apenas unos días. Son una delicia indescriptible para quien le guste la carne.
Aunque los amigos del Asador de Aranda son infalibles en esto y así lo demuestran en cada una de las ciudades en que están, esa noche no encontramos sitio en su Asador El Roble y degustamos excelente género en un bar restaurante muy sencillo, pero muy cómodo, el Trasgu, donde nos trataron fenomenal.
Al acabar de cenar dimos un paseo por el pueblo, o la villa, que Aranda es Villa… Paseamos por la Plaza Mayor y subimos por la calle Béjar hasta una preciosa plaza dónde al día siguiente visitaríamos una bodega antigua.
Paseamos por la calle Isilla hasta la iglesia de Santa María, que estaba iluminada y es una absoluta joya del románico. Ninguno de los que viajábamos somos especialistas en arte, pero es imposible no maravillarse ante esa fachada tan espectacular. Hay mil detalles sobre esta iglesia en Internet. Por eso no me extiendo.
Las Bodegas de la Ribera
Despertar en Ventosilla es algo que vale la pena. No te despierta la luz, ni el frío, ni el calor (en pleno verano puedes dormir perfectamente sin aire acondicionado, es más, es un invento que no tuvimos que usar ni una sola vez en esos días).
Te despiertan los pájaros. Es imposible no emocionarse con el estruendo de cantos de tantísimos pájaros y cigüeñas que rodean la posada de Ventosilla. Un subidón de buena mañana.
Algunos, pasamos por la piscina para hacer unos largos. Y a las 10 ya habíamos desayunado todos, dispuestos a nuestra primera visita cultural del dia: la bodega e instalaciones de Vinos Prado Rey.
Aunque están en la misma finca, hay más de 2 km de distancia desde la posada hasta la bodega. Decidimos que dos fueran con los coches y el resto fuimos dando un paseo por las viñas.
Fue un paseo tranquilo, en plena naturaleza, sin tiempo de aburrirse, subiendo y bajando las lomas que ocupan esos viñedos espectaculares.
A solo 200 metros de la bodega nos recibieron Quique y Camino, dos trabajadores de Prado Rey que nos iban a enseñar todos los secretos del vino. Tras una sesión en las mismas cepas, mostrándonos todo el proceso de la uva, pasamos a las instalaciones.
Fue una magnífica visita. En solo una hora habíamos entendido por qué el vino de la Ribera del Duero ha logrado convertirse en un emblema mundial.
Como no podía ser de otra manera, acabamos la visita con una degustación de vinos y la consiguiente compra de las variedades que más nos habían gustado.
Las bodegas subterráneas de Aranda
No tuvimos tiempo para entretenernos ya que había que ir a Aranda, donde nos habían organizado una visita a una de las antiguas bodegas que hay en el subterráneo de la ciudad.
Tuvimos la suerte de poder ver la que parece ser la más grande y bonita, Tierra Aranda.
Son bodegas espectaculares, utilizadas como refugio de guerra en época de la Reconquista, en que la línea del Duero marcó durante siglos el límite entre la España cristiana y la dominada por los árabes.
Al pasar la puerta de Tierra Aranda bajas casi 30 m y te encuentras todo un mundo. Una especie de cueva de paredes de arcilla y suelo arenoso donde, en un ambiente bien fresquito, se conserva el vino, se hacen cenas y sobre todo se abren para todos los visitantes en las fiestas de septiembre.
La comida la hicimos a base de raciones y cañas en el Bar Caracoles, muy cerca de Santa María, donde los pinchos de bacalao tienen fama mundial!
Las monjas del Monasterio de la Aguilera
Y llegaron las 4:00 de la tarde, visita al Monasterio de la Aguilera, donde más de 100 monjas jóvenes, con hábito tejano, con un carisma muy especial, nos iban a recibir, al tiempo que atendían a unos jóvenes de una parroquia de Madrid.
Nos recibieron con muchísimo cariño y nos abrieron las puertas de la casa, bueno no las puertas de la casa, que es de clausura, pero sí un lugar de encuentro que tienen, una especie de pequeño auditorio con gradas donde las monjas se sientan enfrente de sus visitantes.
Hubo un animado e inolvidable coloquio. Un torbellino de emociones, ya que a los testimonios de algunas de las monjas siguieron los nuestros propios.
Dos horas inolvidables con las monjas, de cuyos dulces de chocolate hicimos buen acopio, fueron el mejor prólogo de una tarde a la que le quedaban otras emociones.
Peñaranda de Duero
Y nos fuimos en los coches a Peñaranda de Duero. Media horita de trayecto.
Peñaranda es uno de los pueblos más bonitos del mundo.
Es pequeño, tiene una plaza espectacular, presidida por el bellísimo Palacio de Avellanada, de estilo renacentista, una Colegiata barroca, unos soportales preciosos y con vistas a un castillo que por supuesto visitamos. Sin olvidar su famosa farmacia, o botica, la más antigua de España.
Al castillo se sube en coche, tres o cuatro minutos desde la plaza, y vale la pena.
Porque, al margen de las ruinas del castillo del siglo XIV, las vistas desde ahí, en cualquiera de las direcciones, son sencillamente impresionantes.
Ahí entiendes la expresión «Ancha es Castilla«, aunque no es solo la amarilla Castilla de Machado, también, en los bordes de los distintos afluentes del Duero, les arboledas preciosas. Hicimos unas sesiones de fotos para enmarcar. Y desde ahí arriba, vimos caer la tarde, prácticamente anochecer.
Aranda, el mejor asado
Y en Aranda, hay que descubrirse, nos esperaba Casa Florencio. Menudo asado.
¿Quién dice que el asado no se puede o debe tomar de noche? Creo que es una comida mucho más ligera que la mayoría de las cosas que se comen cuando se sale a cenar.
Especialmente el asado que se prepara en esa casa, tan desgrasado, acompañado por una buena ensalada de lechuga y tomate.
Por supuesto, antes del principal, habíamos tomado unos aperitivos muy suculentos. Ya se sabe, picadillo, chorizo, morcilla con pimientos rojos… Y en homenaje al sitio donde estábamos durmiendo, decidimos beber unas botellas de Adaro.
Lerma
El domingo no podíamos alargar mucho nuestra salida de la posada. Teníamos que llegar a Lerma.
Así es que dicho y hecho.
Nos levantamos pronto, estruendo de pájaros, desayuno suculento, gracias a los trabajadores del hotel, o mejor dicho posada, carretera y manta.
En solo 40 minutos nos teníamos que plantar en Lerma, que es una ciudad espectacular.
Está situada en un altozano, con vistas a la vega del río Arlanza.
Lerma es una de esas ciudades en que las piedras parecen hablar, parecen contarte historias de la edad media, del renacimiento, llenas de gente noble, de religiosos notables, de reyes, impresionante.
Algunos, aficionados al golf, saben que en Lerma hay uno de los mejores campos del mundo. Pero nosotros no teníamos tiempo para deporte.
Nuestra misión era visitar la ciudad, escuchar Misa, estar un ratito con las monjas, y llegar a tiempo a Santo Domingo de Silos donde íbamos a comer, y visitar el claustro por la tarde.
Todo salió como un reloj. Pasear por Lerma, ya decía antes, es una experiencia muy aconsejable.
Santo Domingo de Silos
A las 2:30 nos esperaban unos huevos rotos en el restaurante Villa de Silos, en la preciosa Santo Domingo de Silos. Fue una comida copiosa, en la que no faltaron magníficos productos de la huerta y por supuesto buen vino de la Ribera.
La verdad es que al terminar lo que apetecía era una siesta, pero la cabeza decía que no podía ser, ya que había que visitar el claustro de Silos, un absoluta tesoro del románico.
Lo hicimos, nos sumamos a una visita guiada que hay cada hora y fue media hora interesantísima viendo una de las grandes joyas de la arquitectura y el arte español.
Burgos, ciudad de tradiciones
A continuación, nos dirigimos a Burgos.
No teníamos mucha hambre y sí mucha ilusión por conocer el Bar Victoria, junto a la catedral.
Es un bar que su hábil propietario ha relanzado en los últimos años con un magnífico argumento de marketing. A las 10:00 de la noche se pone a todo volumen el himno de Burgos y la gente lo canta enfervorecida. «Tierra sagrada donde yo nací...»
Queríamos vivir esa experiencia.
Además, las tapas y pinchos del bar son buenísimos, así es que nos fuimos hacia allá, confiando tener sitio para sentarnos.
La Catedral de Burgos
Y el lunes, último día del puente, solo nos habíamos puesto una obligación: visitar la catedral como Dios manda y patear un poco la ciudad, ya que, a mediodía, cogeríamos el tren de vuelta a Barcelona.
Todo salió sobre ruedas. Burgos es una ciudad majestuosa, elegante, llena de color e historia. Hubiéramos querido visitar las Huelgas y la Cartuja, pero no hubo tiempo.
Hicimos un agradable paseo por el Parque de la Isla, al borde del río, haciendo tiempo para la hora final.
Tras comprar algunas viandas en Ojeda (todo exquisito), tomamos nuestros taxis a la estación para regresar.
Fueron tres inolvidables días de visita por el sur de Burgos, que sin duda tendrán una continuación, ya que quedaron muchísimas cosas por ver.
Gastronomía, vino, paisajes, religión, historia, naturaleza… Se lo aconsejo a cualquiera.
Qué buen artículo!!! Dan ganas de coger el coche y salir ‘pallá’….
Mil gracias. Queda como ‘Pendiente’ en mi lista de cosas que hacer.