Albania, el país de los 173.000 búnkeres

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Por: José Manuel Velasco

Albania fue gobernada durante 41 años por uno de los dictadores más sui generis que alumbró el siglo XX, Enver Hoxha.

Enormemente desconfiado, una de sus últimas herencias fue sembrar el país de búnkeres para combatir una invasión. Del plan inicial de construir un búnker por cada 11 habitantes se hicieron 173.000, un homenaje a la sinrazón y a la paranoia que caracteriza al paisaje de todo el país.

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Tanto es así que una de las atracciones de la capital, Tirana, es la visita al búnker subterráneo de cinco pisos que el sátrapa mandó construir para garantizar el mando en caso de guerra y que fue inaugurado en 1978, el Bunker-Art, hoy convertido en un museo de la historia y, a la vez, un espacio artístico.

Albania es la tierra de los ilirios, un pueblo que ha tenido que defenderse siempre de todo tipo de invasores, menos de los que moraban en la mente de Enver.

Griegos, romanos, venecianos, turcos, italianos y alemanes intentaron dominar a esta tribu de origen indoeuropeo que presume de tener uno de los idiomas propios más ancianos de Eurasia.

Esta mezcla de culturas se percibe claramente en las ruinas de Butrinto, enclave patrimonio de la Humanidad situado al sur del país, muy cerca de la frontera actual con Grecia, que conserva restos griegos, romanos, bizantinos y venecianos.

Albania, un país completo

Desde el punto de vista turístico, Albania es un país completo.

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Tiene montañas, los Alpes Dináricos, verdes valles, 450 kilómetros de costa bañada por los mares Adriático y Jónico y una larga historia.

A los atractivos naturales y culturales se suma la peculiar historia del país bajo el mandato de Enver Hoxha.

Este personaje fue primero el líder partisano del movimiento de liberación nacional, cuya fama creció durante la lucha contra las tropas invasoras de Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Luego devino en un ortodoxo comunista al proclamarse la República Popular de Albania en 1945.

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Tras dos décadas de stalinismo, Hoxha se distanció del del régimen soviético, al que consideraba blando, y se abrazó a China. En sus últimos años de gobierno optó por la autarquía y el aislamiento, intentando convencer a los albaneses de que más temprano que tarde sufrirían una invasión de uno de los dos bloques.

Hoy, Albania es candidata a entrar en la Unión Europea.

Para lograr el acceso tiene que mejorar la calidad democrática de sus instituciones, especialmente la separación entre poderes.

El país ha pasado de sufrir las penurias del comunismo a soñar con un Mercedes.

Tanto es así que, convertido en un fetiche, probablemente es el país del mundo con más Mercedes por habitante y también con más lavaderos, porque “para presumir hay que tener el coche limpio”.

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El enorme crecimiento de la desigualdad que se ha registrado en los últimos años hace que incluso persistan nostálgicos del régimen de Hoxha, uno de cuyos bustos yace junto a sendas estatuas de Stalin y Lenin en la parte de atrás de la Galería de Arte Nacional, a mitad de camino entre la exhibición y la destrucción.

El 70 % de la superficie del país está cubierta por montañas.

En el norte, haciendo frontera con Montenegro, se yerguen los Alpes Dináricos, una cordillera muy hermosa por la combinación de valles boscosos, en los que aún se percibe la huella de la última glaciación, y cumbres pétreas.

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La caliza es la roca dominante en un paisaje que nada tiene que envidiar a los otros Alpes.

Con alturas máximas inferiores a 3.000 metros, los Alpes Dináricos son una opción magnífica para los amantes del trekking.

La estancia en casas particulares e incipientes emprendimientos turísticos añade una dosis de autenticidad para los amantes de subir y bajar montañas.

La costa de Albania

Con 450 kilómetros de costa es fácil deducir que también se puede disfrutar de la playa.

Los mares Adriático y Jónico bañan una franja costera que está urbanizada, mal urbanizada, en el entorno de algunas ciudades, como Durrës, Vlorë y Sarandë.

Las mejores playas se ubican en el sur, en la frontera con Grecia, en enclaves como Ksamil.

Poco a poco el país se dota de infraestructuras turísticas (recuerda la España de los años 80) en las zonas de playa, si bien este déficit es compensado con la amabilidad de los trabajadores albaneses, quienes saben muy bien que el turismo es un tesoro al que hay que mimar.

Como la entrada y la salida del país se suele hacer por el aeropuerto internacional de Tirana, la visita a la capital resulta fácil.

Alrededor de 700.000 habitantes demuestran que la convivencia entre religiones (musulmana y cristina católica y ortodoxa) es posible.

El acelerado crecimiento de la ciudad en los últimos años ha borrado bastantes huellas de la grisácea arquitectura comunista, que aún se percibe en algunos rincones.

La gastronomía es rica en carnes, verduras y lácteos y, a pesar de su larga costa, escasa en pescados. Aun así, en la franja costera es costumbre degustar mejillones, gambas y pulpo.

Su gran ventaja es el precio, muy asequible para los bolsillos españoles incluso en los restaurantes más afamados.

Sumida durante decenios en un halo de sigilo, Albania es un país en construcción que puede sorprender al viajero curioso.

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